Pese a la loca
distribución de las casas, Samantha no podía ser más feliz en ella, sus abuelos
la llenaban de amor a todo momento, jamás le faltó atención y simplemente era
dueña de esa casa tanto o más que sus abuelos. Su abuelo poco a poco y sin proponérselo
sustituyó la figura paterna de Dilas; situación que a Samantha no le importó. Había
decidido desde el mismo día que llegó a casa de sus abuelos que no destaparía
el baúl donde guardó esos sentimientos. Por el contrario, cerró el baúl y lo
escondió en lo más recóndito de sus pensamientos, llegando incluso a olvidar de
su existencia muchas veces.
Solía corretear
por la casa, desde el patio, pasando por la cocina, el cuarto de huéspedes,
girando en la sala, corriendo por el pasillo, regresando a la cocina y
finalizar en el patio nuevamente, hasta quedar sin aliento. Cuando Enri le
compró la bicicleta, hacia el mismo recorrido, aunque las primeras veces Enri
iba delante de ella apartando todo del camino.
Cuando su mamá y
ella se mudaron a la nueva casa terminada, el cuarto de huéspedes se convirtió
en su cuarto de juego, donde su abuelo armaba un fuerte con las sabanas limpias
de la abuela, cosa que hacía que Elia, por cierto, se pusiera como una furia
contra Enri.
Lo más enojada que
Samantha vio a su abuela con ella, fue la vez que hizo una torta y Enri la robó.
Se escondió con Samantha en el cuarto principal a comérsela entre los 2 a
escondidas. Cuando Elia vio que faltaba la torta, aporreó la puerta hasta que
se cansó. Les gritaba que salieran, que les dolería el estómago, pero no
salieron. Cuando la torta se acabó, Enri y Samantha salieron del cuarto; y para
sorpresa de ambos Elia no los gritó, se limitó a guardar silencio, lo que
francamente era peor. No hubo postre en la casa por un mes.
Su abuelo era
tremendo, quizás una persona de su edad no puede ser catalogada como tremenda,
pero no había otra forma que lo describiera. Era tremendo, inventivo,
improvisador, arriesgado. Lo mejor que se puede pedir en un abuelo. Sus
aventuras siempre empezaban con un día aburrido o rutinario de Samantha y
terminaba por lo general con un silencio de la abuela, una risa de Thaly y mucho
que limpiar y recoger; como la vez que Samantha quería volar una cometa. Luego
de horas y horas de diseño y planificación y luego de varios “prototipos”
fallidos, Samantha volaba un cometa morado y dorado con una larga cola de tela
a metros y metros de distancia del cielo. La cola fue hecha con una sábana
limpia de Elia. No hubo postre por dos semanas.
La travesura más
grande que recordaba Samantha fue el día de su cumpleaños número 10. Ella no
quería ir al colegio, y con sus manos en jarra se negaba rotundamente a ir
porque era su cumpleaños. La discusión la ganó Thaly, y a las 7am estaba en el
colegio enfurruñada entrando a clases; pero a las 8am, estaba Enri en la puerta
del salón, explicándole a la maestra de Samantha que había surgido una
emergencia y debían irse, cuando la maestra no vio Enri le guiñó un ojo a
Samantha. Ese ha sido uno de los mejores días de su vida.
Enri la sacó de
clases a escondidas, y para su sorpresa, cuando se sentaron en el carro,
estaban las sillas de playa, la sombrilla y un bolso gigante rosado que
Samantha reconoció como en bolso de playa lleno de protector, bronceador,
chucherías, sanduches, jugos, y una colección inmensa de flotadores de playa
listos para llenarse.
Llegaron a la
playa, y después de buscar un baño para que Samantha pudiera cambiarse, dieron
con un sitio en la arena para armar todo. Colocaron las sillas, abrieron la
sombrilla, inflaron los flotadores, un colchón, y algo que según la caja
debería ser una orca asesina pero que parecía más a un delfín sonriendo.
Comieron sanduches y almorzaron chuchería. Compraron helados, caramelos, y en
una muy mala idea, un algodón de azúcar que terminó lleno de arena. Nadaron de
forma nada segura, saltaron sobre la Orca/Delfín y surfearon las olas.
Cuando se hizo de
tarde, recogieron todo y emprendieron el viaje de regreso a la casa. Samantha
durmió en el asiento trasero los 15 minutos que duró el recorrido. Cuando
llegaron a la casa estaba Thaly al borde de un ataque de nervios y Elia
definitivamente ya en pleno colapso nervioso. Gritaron a Enri por haberse ido
con Samantha sin avisarles, “que susto
pasamos cuando nos dijeron que en el colegio no estaba Samantha” “¿estás loco?”.
Esa noche picaron
una torta sencilla; a pesar de estar todos molestos con Enri, es la tradición
familiar picar la torta no importa que pase. Enri no comió postre por 3 meses,
rebajó unos cuantos kilos de los cuales no podía presumir porque Elia se
molestaba, sentía que si el castigo traía algo positivo, Enri no aprendería la
lección. Pero ese, fue el mejor día de la
vida de Samantha. A los días, ya Thaly se reía de las ocurrencias de su papá, y
aunque Elia no cedía, disfrutaba mucho cuando Samantha le contaba cuando la
Orca/Delfín se fue flotando mar adentro y Enri nadó y nadó tratando de
alcanzarla, regresando con las manos vacías y un gran dolor muscular.
Samantha jamás se
sintió una extraña, jamás añoró su antigua casa aunque recordaba secretamente a
su papá, sus abuelos se desvivían por ella y ella por ellos; su mamá no volvió
a sonreír; los días trancurrían rápido, como si fuesen unas vacaciones eternas.
Pasaron días buenos, días no tan buenos
y definitivamente días malos.
En los días malos
comenzaron las pesadillas.