11 de enero de 2017

Capítulo 2. (Cuarta Parte)

Pese a la loca distribución de las casas, Samantha no podía ser más feliz en ella, sus abuelos la llenaban de amor a todo momento, jamás le faltó atención y simplemente era dueña de esa casa tanto o más que sus abuelos. Su abuelo poco a poco y sin proponérselo sustituyó la figura paterna de Dilas; situación que a Samantha no le importó. Había decidido desde el mismo día que llegó a casa de sus abuelos que no destaparía el baúl donde guardó esos sentimientos. Por el contrario, cerró el baúl y lo escondió en lo más recóndito de sus pensamientos, llegando incluso a olvidar de su existencia muchas veces.
Solía corretear por la casa, desde el patio, pasando por la cocina, el cuarto de huéspedes, girando en la sala, corriendo por el pasillo, regresando a la cocina y finalizar en el patio nuevamente, hasta quedar sin aliento. Cuando Enri le compró la bicicleta, hacia el mismo recorrido, aunque las primeras veces Enri iba delante de ella apartando todo del camino.
Cuando su mamá y ella se mudaron a la nueva casa terminada, el cuarto de huéspedes se convirtió en su cuarto de juego, donde su abuelo armaba un fuerte con las sabanas limpias de la abuela, cosa que hacía que Elia, por cierto, se pusiera como una furia contra Enri.
Lo más enojada que Samantha vio a su abuela con ella, fue la vez que hizo una torta y Enri la robó. Se escondió con Samantha en el cuarto principal a comérsela entre los 2 a escondidas. Cuando Elia vio que faltaba la torta, aporreó la puerta hasta que se cansó. Les gritaba que salieran, que les dolería el estómago, pero no salieron. Cuando la torta se acabó, Enri y Samantha salieron del cuarto; y para sorpresa de ambos Elia no los gritó, se limitó a guardar silencio, lo que francamente era peor. No hubo postre en la casa por un mes.
Su abuelo era tremendo, quizás una persona de su edad no puede ser catalogada como tremenda, pero no había otra forma que lo describiera. Era tremendo, inventivo, improvisador, arriesgado. Lo mejor que se puede pedir en un abuelo. Sus aventuras siempre empezaban con un día aburrido o rutinario de Samantha y terminaba por lo general con un silencio de la abuela, una risa de Thaly y mucho que limpiar y recoger; como la vez que Samantha quería volar una cometa. Luego de horas y horas de diseño y planificación y luego de varios “prototipos” fallidos, Samantha volaba un cometa morado y dorado con una larga cola de tela a metros y metros de distancia del cielo. La cola fue hecha con una sábana limpia de Elia. No hubo postre por dos semanas.
La travesura más grande que recordaba Samantha fue el día de su cumpleaños número 10. Ella no quería ir al colegio, y con sus manos en jarra se negaba rotundamente a ir porque era su cumpleaños. La discusión la ganó Thaly, y a las 7am estaba en el colegio enfurruñada entrando a clases; pero a las 8am, estaba Enri en la puerta del salón, explicándole a la maestra de Samantha que había surgido una emergencia y debían irse, cuando la maestra no vio Enri le guiñó un ojo a Samantha. Ese ha sido uno de los mejores días de su vida.
Enri la sacó de clases a escondidas, y para su sorpresa, cuando se sentaron en el carro, estaban las sillas de playa, la sombrilla y un bolso gigante rosado que Samantha reconoció como en bolso de playa lleno de protector, bronceador, chucherías, sanduches, jugos, y una colección inmensa de flotadores de playa listos para llenarse.
Llegaron a la playa, y después de buscar un baño para que Samantha pudiera cambiarse, dieron con un sitio en la arena para armar todo. Colocaron las sillas, abrieron la sombrilla, inflaron los flotadores, un colchón, y algo que según la caja debería ser una orca asesina pero que parecía más a un delfín sonriendo. Comieron sanduches y almorzaron chuchería. Compraron helados, caramelos, y en una muy mala idea, un algodón de azúcar que terminó lleno de arena. Nadaron de forma nada segura, saltaron sobre la Orca/Delfín y surfearon las olas.
Cuando se hizo de tarde, recogieron todo y emprendieron el viaje de regreso a la casa. Samantha durmió en el asiento trasero los 15 minutos que duró el recorrido. Cuando llegaron a la casa estaba Thaly al borde de un ataque de nervios y Elia definitivamente ya en pleno colapso nervioso. Gritaron a Enri por haberse ido con Samantha sin avisarles, “que susto pasamos cuando nos dijeron que en el colegio no estaba Samantha“¿estás loco?”.
Esa noche picaron una torta sencilla; a pesar de estar todos molestos con Enri, es la tradición familiar picar la torta no importa que pase. Enri no comió postre por 3 meses, rebajó unos cuantos kilos de los cuales no podía presumir porque Elia se molestaba, sentía que si el castigo traía algo positivo, Enri no aprendería la lección.  Pero ese, fue el mejor día de la vida de Samantha. A los días, ya Thaly se reía de las ocurrencias de su papá, y aunque Elia no cedía, disfrutaba mucho cuando Samantha le contaba cuando la Orca/Delfín se fue flotando mar adentro y Enri nadó y nadó tratando de alcanzarla, regresando con las manos vacías y un gran dolor muscular.
Samantha jamás se sintió una extraña, jamás añoró su antigua casa aunque recordaba secretamente a su papá, sus abuelos se desvivían por ella y ella por ellos; su mamá no volvió a sonreír; los días trancurrían rápido, como si fuesen unas vacaciones eternas. Pasaron  días buenos, días no tan buenos y definitivamente días malos.
En los días malos comenzaron las pesadillas.



9 de enero de 2017

Capítulo 2. (Tercera Parte)

La casa de sus abuelos era algo que siempre había sido un misterio para Samantha, podía pasar horas y días enteros recorriéndo todos sus rincones y recovecos, y aun así siempre descubrir algo nuevo. Su abuela siempre le contaba que cuando ella y su abuelo decidieron casarse, no tenían dinero para tener su propia casa, pero su abuelo le prometió construirle un hogar, él mismo, con sus propias manos; y así lo hizo. Años después, bromeaba la abuela, de haber sabido que el abuelo no sabía nada de construcción ni de distribución, no le hubiese hecho tanta ilusión. Pero esas eran las razones por las que la casa de los abuelos Adams era tan peculiar.
Tenía 2 entradas principales, una habitación principal, un único baño, una habitación para huéspedes, una sala de visita y una cocina inmensa a donde todas las habitaciones y espacios se conectaban. La cocina era el corazón de la casa, tanto física como emocionalmente.
La lógica del abuelo para construir esa casa era simplemente retorcida y la abuela Elia, que lo amaba a más no poder, simplemente lo dejó.  La verdad, creía Samantha, era que su abuelo fue construyendo la casa de la forma que iba saliendo los espacios y creándose las necesidades, y le daba el nombre que mejor le parecía de acuerdo a lo que necesitaban o a lo que el producto final parecía. Por eso la sala de visita se encontraba donde Enri había empezado a construir un garaje, que resultó ser demasiado estrecho y bajo para el carro.
Su abuelo construyó en primer lugar su cuarto, lo suficientemente amplio para toda la ropa de Elia y con su propio jardín a cielo abierto. Después construyó la cocina, y le dio acceso al cuarto y al único baño de la casa. Posteriormente cuando llegaron los hijos, construyó la otra habitación y una sala de juegos, que finalmente formó parte de la habitación de los niños cuando la pared que la delimitaba se cayó.
Cuando los niños crecieron, Enri decidió que era hora de construir una segunda casa donde el que quisiera quedarse con su nueva familia lo hiciera; y allí surgió el pasillo que cortaba la edificación completa en dos partes iguales, cuando en realidad eran 2 casas unidas únicamente por las ideas de Enri; aunque esa segunda casa nunca la terminó, la construcción se paralizó indefinidamente cuando quedó claro que sus hijos no se quedarían a su lado, y la habitación de los niños se convirtió en el cuarto de huéspedes.
La cocina de Elia, ciertamente era el corazón de la casa, eso nunca se ponía en dudas. Siempre olía a comida, a pan casero, a tortas, a dulces. Elia adoraba cocinar, pero más adoraba que sus invitados disfrutaran la comida. El día para Elia comenzaba con un desayuno grande: huevos, panqueques, tostadas, tocineta, jugo, café, leche, fruta; y mientras comían el pan para el almuerzo se encontraba horneándose. “Para que comprar pan, si hacerlo es tan fácil?” decía siempre mientras amasaba la masa la noche anterior. El almuerzo siempre implicaba 3 platos y un botón suelto: Primero la sopa, seguido del plato principal que podía ser Carne, Pescado, Pollo o Cerdo (¡a veces todos!) y finalmente el postre; para luego, después de semejante comida, desabrocharse el botón y poder respirar.
El jugo: de frutas naturales, el pan: siempre recién hecho, y el postre: casero. Ninguno de estos elementos faltaba jamás en la mesa. La cena se servía a las 7pm porque era el tiempo necesario que Elia necesitaba para preparar el pan y el postre del día siguiente antes de acostarse. La cena, después de que Samantha llegó a vivir con ellos incluía en el menú Hamburguesas, Perro Calientes, Pizzas, Sanduches, Empanadas y cualquier otra cosa que Elia considerase que fuese más sano comerla en la casa que en la calle.
Samantha decidía lo que se cocinaba. Todas las noches Elia le preguntaba que le gustaría comer al día siguiente, y Elia atendía las consideraciones especiales de Samantha con el mayor de los gustos abuelisticos que podía. Aunque sus combinaciones fuesen tan locas como las ideas de Enri.
Si, la casa era una locura y si, era la pesadilla de cualquier arquitecto o ingeniero, pero era la casa más especial, única y divertida en la cual una niña que comenzaba a pasar por el divorcio de sus padres, podría vivir. Pero era en el jardín privado de su abuela, donde Elia había cultivado todas las flores y matas que podía, donde a Samantha le encantaba pasar la mayor parte de su tiempo. Podía jugar, podía correr, pero sobre todo le encantaba acostarse en el piso y ver el cielo azul a través de las hojas de las plantas, hojas verdes, amarillas, naranjas, con flores, con frutos. Allí, tumbada en el piso frio, con el sol calentando su rostro se encontraba en paz y tranquilidad. Se permitía pensar en todo aquello que no pensaba para brindarle todas las fuerzas que podía a su mamá, nunca se permitió llorar ni siquiera cuando estaba sola. Pero era oliendo el dulce aroma de las flores cuando se olvidaba de la tristeza que asolaba de su mamá.

Cuando Thally y Samantha se mudaron a la casa, primero vivieron en el cuarto de huéspedes, mientras Enri reactivaba la construcción de la segunda casa, con una felicidad renovada que Elia tenía mucho tiempo que no disfrutaba. Sin embargo, con el pasar del tiempo Enri seguía sin saber nada de construcción ni de distribución y seguía construyendo en función de las necesidades.
Lo primero que colapsaba en la casa Adams era el baño, así que Enri en la segunda casa construyó de primero el baño; luego quiso construir una segunda cocina, así que el baño quedó dentro de la cocina; después construyó 2 habitaciones, una sala, y dejó un espacio para un pequeño jardín frontal, donde Thaly también pudiera cultivar sus propias plantas.


Capitulo 2. (Segunda Parte)

En aquella plaza a las 12 de la media noche, estaban Thaly y Samantha, esperando. Samantha recostada de las piernas de su mamá, mientras ella peinaba con sus dedos sus rizos, arrullándola para que pudiera descansar bajo aquel foco de luz blanca; adormeciendo sus sentidos para que el miedo de la partida desapareciera y por el momento que durara un suspiro pudiera caer en un sueño profundo para olvidar el pasado y mitigar el dolor.
Quizás fueron 15 minutos, quizás 1 hora, pero el sueño de Samantha se vio interrumpido cuando escuchó el traqueteo, muy conocido, de un carro. Mientras comenzaba a parpadear, escuchó a su abuela:
- Hija, ¿que ha pasado?
-Thaly, ¿estas bien? Si ese Noide te hizo algo… -Amenazó su abuelo
Thaly terminó de despertar a Samantha y le pidió silencio a sus padres con un gesto que solo podía significar “ahora no”. Y sin más, su abuelo Enri tomó la maleta y el morral de Samantha y se dirigió al carro. Su abuela en cambio, no apartó la mirada de Thaly, “¿exigía una explicación silenciosa o evidenciaba un reproche sincero?” se preguntó Samantha; beso a su nieta en la mejilla y ayudando a Thaly con la cartera dio media vuelta dirección al auto. Thaly cargó en brazos a Samantha, como hace muchísimos años no lo hacía, pero Samantha, que fingía dormir, la dejó hacerlo, ambas necesitaban ese contacto. Una vez en el carro, escuchó la puerta del maletero cerrarse con fuerza y segundos después la puerta del conductor cuando su abuelo se sentó delante del volante. El traqueteo del motor y la calle llena de baches escondía los sollozos ahogados de Samantha.
Enri y Elia Adams vivían a quince minutos de todo, quince minutos del colegio de Samantha, quince minutos de cualquier centro comercial, quince minutos de la que fuese la casa de Dilas y Thaly, quince minutos de cualquier heladería decente. Pero su casa no estaba ciertamente a quince minutos de nada. Para los cortos ocho años de edad, Samantha atribuyó ese hecho a que su abuelo debía ser un excelente piloto de carreras, como él una vez le dijo en algún cuento sobre su juventud. Así que cuando Enri piloteó el carro de regreso a la casa en quince 15 minutos, no fue sorpresa para Samantha.

Fueron quince minutos de silencio. No había música, no había palabras que rompieran el silencio incomodo que reinada en el carro. Thaly contemplaba las luces de la calle al pasar, tanto como sus padres. Tenía una respiración calmada, aunque Samantha sabía muy bien que debía estar haciendo un gran esfuerzo para hacerlo. 

6 de enero de 2017

Capítulo 2. La familia Adams (Primera Parte)

Samantha estaba acurrucada en una esquina de la habitación, la más alejada a la puerta, la más distante a la pared del cuarto de sus padres, y la más cercana a la ventana por donde se filtraban lejanos ruidos de la noche, algunos carros, los maullidos distantes de los gatos y uno que otro perro, quizás respondiendo la conversación de un ladrido anterior.
Por más que intentara no escuchar, por más que quisiera entretenerse con sus pinturas, siempre acababa escuchando los gritos de sus padres, como si la persiguieran a las profundidades de su subconsciencia, donde intenta refugiarse y protegerse contra las palabras hirientes que llegaban flotando hasta ella.
Desesperada, soltó el marcador con el cual repasaba trazos libros en su cuaderno, tapó sus oídos con sus manos, cerró con fuerza sus ojos y comenzó a tararear una canción, cualquiera, sin ritmo alguno. Sin embargo, y pese a todos sus esfuerzos escuchó con claridad cuando Dilas dijo que ella no era su hija y que ella, su madre, debía tomar a su hija, e irse. Ese “tu hija” retumbó en sus oídos como el golpeteo de su corazón, rápido, contundente, innegable.
Su cuerpo vibró junto con las ventanas cuando Dilas salió de la habitación y trancó la puerta con violencia. Samantha siempre sabía, e incluso sentía, cuando su mamá estaba llorando.
Cuando las discusiones comenzaban y terminaban temprano, Thaly esperaba siempre unos minutos antes de ir a ver a Samantha a su habitación, minutos que Samantha sabía que eran para calmarse, para lavarse las lagrimas de la cara, y para que se le deshincharan un poco los ojos, todo, obviamente, resultando en un fracaso absoluto de Thaly de fingir que nada había pasado o peor, que todo estaba bien.
Esa noche, mientras escuchaba por primera vez a su mamá llorar, comenzó a llover.
Samantha contuvo las lágrimas todo lo que pudo, el mundo no necesitaba más llanto en ese momento. “tu hija” seguía retumbando en su pecho, abriéndose un camino muy doloroso hasta los confines de su ser.
Solo tendría unos minutos para aparentar normalidad antes de que Thaly entrara, así que levantó y recogió los colores y el marcador, dejándolos perfectamente acomodados en su mesa. Se subió en la cama, se arropó el cuerpo mientras escuchaba los pasos de su mamá acercándose, y abrazó a Paquito, su pequeño oso de peluche.
Los pasos de su mamá se frenaron justo en la puerta, podía ver la luz entrecortada por debajo de la puerta. Contó los segundos únicamente para mantener alejadas las lágrimas y tragar el nudo doloroso que sentía en la garganta. Con cada respiro se concentraba en calmar las palpitaciones de su corazón. “¿Tendrían que irse?. Seis Misisipi. Su papá no podía estar hablando en serio. Siete Misisipi. ¿A dónde irían?”. Ocho Misisipi.
Sus pensamientos se vieron interrumpido cuando Thaly entró en la habitación; Samantha no pudo disimular lo suficientemente bien esta vez, se sentía como un libro abierto, donde su mamá podía leer todas sus dudas. Se subió la sabana hasta el cuello en un intento infantil de tapar su roto corazón. Sin embargo en cuanto Thaly vio sus ojos enrojecidos, el ceño fruncido y la forma como se mordía sus labios en una fina línea, supo que lo había escuchado todo y hasta podía intuir lo que estaba pensando.
Con pasos suaves se acercó a la cama y se arrodilló al lado de la cama, sus ojos quedaron a la altura de los de Samantha. Le acarició el cabello y después de suspiro profundo le dijo:
- Quiero que escuches muy bien. Algún día entenderás mejor todo esto, te lo prometo, pero hoy te pido por favor, por favor, no odies a tu padre. El también algún día entenderá todo, y necesitaré que los 2 puedan recuperar el tiempo que hoy él… que las circunstancias ha decidido que pierdan. ¿Entiendes eso?
Samantha estudió el rostro de su mamá antes de responder. ¿Qué lo entendiera? ¿Qué no lo odiara? Si su sangre comenzaba a hervir en su interior. "Tu hija”.
- Si. - ¿qué más podía decirle?, ver a  su madre allí, arrodillada a su lado, con sus imperdibles ojos negros penetrando su alma, escuchar su suplica gesticulada en ese rostro hinchado y mojado por las lagrimas. - No lo odio mamá. – Lo que no le dijo a su mamá es que podría volver a llamarlo papá nunca más.
- Bien – dijo su mamá con una tímida y forzada sonrisa- ahora Sami, necesito que recojas todas tus cosas, empaca lo más indispensable en tu bolso y pon las otras cosas sobre la cama que las guardaré en mi maleta. Lo que no te quepa y que te quieras llevar, no te preocupes, lo mandaremos a buscar, pero por los momentos toma lo estrictamente necesario para una semana o dos. Yo iré a llamar a tus abuelos.
Thaly se levantó secándose las lágrimas con una mano y secando las de Samantha con la otra. Samantha se sorprendió por el contacto porque no sabía que había estado llorando mientras su mamá le hablaba. Thaly le acarició una vez más el cabello, tomó aire para armarse de valor, levantó su rostro y se aferró al poco orgullo que le quedaba. Con la frente en alto abrió la puerta y salió del cuarto.

En ese momento dejó de llover.

5 de enero de 2017

Capitulo 1 (Segunda parte)

Más tarde esa misma noche, una mujer alta, de piel morena, con un cabello largo y tan negro como la noche misma, con unos jeans azules y una camisa blanca sencilla, caminaba arrastrando con una mano una maleta de apariencia muy pesada y sosteniendo con la otra a una niña con un morral a su espalda.
Samantha tenía solo 8 años, era pequeña para su edad, y siempre sería pequeña para su edad; tenía el cabello negro ligeramente enrulado en las puntas, recogido con una coleta apresurada, en lo alto de su cabeza. De espalda ignorando las diferencias de edades, se parecía mucho a su mamá, compartían el mismo cabello negro pero en Samantha se le notaba un brillo azulado mientras que en Thaly el brillo era rojizo. El caminar ligero, simple y con cierto contoneo, también las asimilaba.
-        Sami, no llores, nos irá bien- dijo Thaly mientras le apartaba el cabello de la frente.
-        Estoy llorando porque tú estás llorando – le respondió, pero era mentira.
Si hay algo que a Samantha se le daba muy bien era fingir: fingir que no escuchaba las discusiones de sus papás, fingir que descansaba tranquilamente aunque no podía dormir mientras su mamá sollozaba en la sala, fingir que no sentía el desprecio de su papá cuando ella se le acercaba, fingir que las cosas no habían empeorado. Pero sobre todo, lo que mejor se le daba era fingir que no era por culpa de ella; pero era buena fingiendo siempre y cuando no le preguntaran: Samantha era experta en su cara póker, si le gustase jugarlo, pero no sabía mentir y ni se molestaba en intentarlo. Esta noche, Samantha fingía que no le importaba dejar atrás a su papá
-        ¿Cómo sabes que nos irá bien? – preguntó en un hilo de voz, temerosa de que no existiera una respuesta.
Thaly miró al cielo como buscando la respuesta en las estrellas, suspiró con profundidad para llenar cada espacio posible de sus pulmones y después de soltar el aire muy lentamente, le respondió
-        La verdad es que no lo sé Sami, pero espero que nos vaya bien. Hoy el destino dispuso que debíamos cambiar de rumbo, y eso es lo que debemos hacer. A veces las cosas no salen como se quiere, pero eso está bien.
Thaly también era buena fingiendo: fingiendo que estaba tranquila o fingiendo que aceptaba un designio que acababa con los mejores años que había vivido hasta entonces. Fingiendo que no le aterraban la visión de los días que estaban por venir, sabiendo con una seguridad terrorífica que no tendría la fuerza para sobrellevarlo.
-        ¿El Destino? –. Samantha no creía en el destino, y aunque lo hiciese la respuesta que le dio su mamá no era lo que esperaba, era una respuesta vaga e imprecisa, tanto que se le antojaba una locura lo que Thaly acababa de decir.
Thaly ni siquiera notó la burla escondida debajo de la última pregunta de Samantha. Seguía presa de su propia cadena de pensamientos, con la mirada clavada en el piso siguiendo con detalle cada pisada que daba acompañada del sonido de las ruedas de la pesada maleta.
-       Hija, desde que el mundo existe, no hay casualidades, no hay coincidencias, las cosas siempre pasan por una razón, ese es el Destino que mueve sus piezas decidiendo el rumbo de la humanidad entera; No podemos luchar con el Destino, porque solo nos quedará el cansancio y la tristeza de saber que la batalla estaba perdida antes de empezar; así que  hoy, el Destino ha dispuesto que tú y yo debemos seguir avanzando, en un camino distinto al de tu papá, solo esperando que quizás en algún momento nuestros caminos vuelvan a encontrarse con mejores resultados.
Samantha siempre fue avanzada para su edad en todos los niveles y en todos los aspectos, salvo en su tamaño; ella era una adulta prematura por lo que entendía a la perfección todo lo que  su madre quiso explicarle, no solo lo que significaba cada palabra, sino que lo que se escondía debajo de ellas: la resignación cuando no hay más nada que hacer. Sin embargo, una cosa es entenderla y otra cosa es aceptarla, y por esta razón preguntó:
-          ¿Y dejaremos atrás las cosas aunque nos duela?
Thaly no respondió. Ella estaba dejando atrás al amor de su vida, por quien cambió todo, por quien se apartó de su familia y de todo lo que conocía. Thaly adoraba a Samantha, pero más amaba el amor que ella provocaba en Dilas, como a él le brillaban los ojos tan solo con escuchar su respiración, como su amor se desbordaba en cada gesto que hacía por su hija, así que cuando ese amor se convirtió en miedo, Thaly comenzó a sufrir la misma agonía de Dilas, sabiendo que un corazón roto nunca se cura y más cuando es tu propia hija quien te lo rompe.
-       Si- respondió por fin Thaly a Samantha- aunque nos duela debemos entender cuando la lucha está pérdida, porque seguir en la batalla no asegurará la victoria sino solamente más pérdida. También se gana rindiéndose. Pero no significa que haya perdido mi propósito, mi propósito eres tú y a ti ni pienso perderte nunca, ni pienso rendirme nunca contigo.
Thaly se aferró a esas palabras de fortaleza que acababa de decirle a su niña. Quería que se acrecentaran en su interior y le inyectaran la energía necesaria. Pero con cada paso que daba en la oscura y fría noche, sus fuerzas flaqueaban así como sus cansadas piernas. Luchaba por no caer de rodillas y solamente llorar por su corazón roto, por el corazón que rompió y por la rompedora de corazones que sujetaba su mano con firmeza.
Y es que Dilas no siempre fue un hombre violento y lleno de odio, en algún momento fue un padre amoroso, cariñoso y ejemplar. Cargaba en hombros a Samantha, junto con todos los peluches que ella insistía en llevar para que no se sintieran solos. La complacía con helados y dulces aunque no eran las horas para comerlo; y todos los domingos la llevaba con él para exhibirla a sus amigos como “la hija más bella e inteligente que cualquier padre puede desear”. Eran esos recuerdos los que hacían que Thaly siguiera luchando por mantener su quebradiza familia, y que Samantha siguiera llamando a Dilas “papá” en las pocas ocasiones en que él permitía que se acercara lo suficiente.

Habían llegado a una pequeña plaza después de caminar en silencio unos cuantos minutos más. Los banquitos verdes le hacían recordar a Samantha los días cuando su padre caminaba con ella por ahí de regreso del Colegio. Su mano firmemente sostenida por aquel hombre que solo tenía ojos para ella. Apartó como pudo ese pensamiento de su cabeza; algún día sacaría tiempo para llorar por su padre, pero no sería esa noche. Su papá no necesitaba sus lágrimas, pero en cambio, su mamá necesitaba su fuerza.
-            ¿Y cuál es mi propósito?- preguntó Samantha más para mantener la mente de su mamá ocupada que por estar interesada en la respuesta.
Thaly colocó la pesada maleta con un sonido bastante estruendoso en el piso, se sentó con pesadez en el banquito y dando palmaditas a su lado le indicó a Samantha que la acompañara. En cuanto ésta se sentó, se arrimó a su lado y le brindó su calor envolviéndola con su abrazo.
-            Algún día lo descubrirás, para eso tenemos un par de años. Pero hasta que eso pase descansa un poco mientras los abuelos llegan.- Thaly pasó su mano sobre el rostro de su hija y comenzó a acariciarle el cabello, tomando un mechón y enredándolo con suavidad en sus dedos.
A Samantha le pareció curioso que su mamá dijese “un par de años” y no las típicas frases de “pasará mucho” o “falta demasiado”, lo consideró muy específico; y con ese pensamiento rondando su cabeza, mientras su mamá continuaba jugando con sus rizos, los parpados comenzaron a pesarle demasiado, no sabía cuan cansada estaba hasta ese momento, aunque al fin de cuentas no debería sorprenderse, no había podido dormir mientras la última pelea de sus padres ponía fin al matrimonio.



3 de enero de 2017

Capitulo I. 1.991. (Primera parte)

-“¡NO ME INTERESA! No puedo con esta situación” – Dilas Séllica gritaba. Su saliva salía enfurecida de su boca, mientras una cantidad generosa comenzaba a acumularse en la comisura, haciendo que se viese como un verdadero perro rabioso.
-“Te va a escuchar, por favor” – un sollozo reprimido de su esposa Thaly reafirmó la súplica.
- “Nunca me dijiste que así serian las cosas, jamás me lo contaste”.- respondió tratando de bajar la voz
-         “No tenía manera de saberlo. ¿Cre- Crees que no te lo hubiese dicho? yo no...” – La voz de Thaly se apagaba momentáneamente, su intento de explicación no salía de su garganta
Pese a eso, Dilas no cedía.
-  “Ya basta con todas esas mentiras y estupideces ¡TU. ME. MIENTES! Tenías que saberlo; Tenías que saber en lo que ella se convertiría”.
- “Ella no se ha convertido en nada, por lo que sabemos puede ser simplemente.”.
Dilas la interrumpió con una voz calmada, cargada de una súplica escondida
-          “¿Simplemente qué?”
Reinó el silencio en la habitación. Dilas imploraba su explicación, una esperanza que solo sacara de la oscuridad donde se encontraba sumergido, pero Thaly no podía darle ninguna luz que lo rescatara. Ella en el fondo de su corazón, deseaba decirle a Dilas lo que él quería escuchar, pensaba más rápido de lo que podía explicar, y no era nada fácil explicar aquello. Sus palabras se amontonaban en su cabeza, unas encima de otras, tratando de armar frases, párrafos que lo llenaran de paz. Si, mentirle, era lo que estaba intentando hacer, pero después de tantas mentiras durante tanto tiempo su yo interno desechaba inmediatamente la posibilidad de hacerlo, al final estaba cansada de las mentiras y los engaños.
Sin embargo cuando vio su cara contraída con el desespero, su frente perlada de sudor y sus mejillas húmedas de lágrimas, no sabía si de tristeza o de rabia, después de tanto tiempo ya no sabía distinguirlas, Thaly  respiró profundo y abandonó todas sus creencias de honestidad y verdad una vez más. Intentó contagiarle sus esperanzas, comprar un poco más de tiempo, tal como lo había hecho antes.
-       “Tenemos que esperar. Dilas por favor, veamos cómo se desenvuelven las cosas.
Tomó las manos de Dilas pese a su reticencia y subió lentamente por los brazos sintiendo el cosquilleo de sus bellos en la punta de sus dedos; acarició los codos, ásperos después de tanto sol; llegó a sus hombros, cuadrados, altos, fornidos, esos que tanto tiempo la hicieron sentir segura, y allí con los hombros de él sosteniéndole sus manos, como no lo hacían desde hace tanto tiempo, susurró lanzando su aliento cálido sobre su rostro:
- “Por favor Dilas”
Tras un segundo un asomo de dudas cruzó por la vista de Dilas, sus músculos se relajaron,  sus ojos perdieron su vida animal, y recobraron la humanidad, su rostro perdió tensión y cuando pensó que lo había conseguido su semblante se endureció con rapidez.
-       “Suéltame. No me toques”- Se agitó debajo de sus manos. Thaly retiró sus intenciones inmediatamente-  “¿Crees que no sé lo que haces?. Sé muy bien que me manipulas; juegas con mi mente; haces que olvide, pero ya no más. Ya son muchos años Thaly y ya basta, no puedo con esto más tiempo; está acabando conmigo”.
Thaly podía sentir el dolor que lo embargaba, casi palparlo en el ambiente. Dilas estaba perdiendo la cordura justo allí delante de ella y no había nada que pudiese hacer. Y tan grande era su amor por él, que no podía permitírselo, aunque eso implicara apartarse de él.
Con sus brazos caídos a ambos lados del cuerpo, y una pesadez en el estomago, Thaly supo que no había más que hacer, no había nada que decir, no había tiempo que comprar. Todos los años vividos con Dilas acabaron en ese momento. Era cierto que ella lo manipulaba, pero pensaba, estaba segura, que lo hacía por su bien, que era la felicidad final lo que conseguirían, pero en ese momento, cuando lo vio a los ojos no se vio reflejada en Dilas, y fue entonces cuando entendió que estaba alargando la situación, pero no porque pensara en Samantha, esa pequeña niña fruto del amor tan intenso entre ambos, estaba alargando hacerse cargo de la inevitable verdad: Dilas ya no la amaba, y sus manipulaciones y sus evasivas solo hicieron que el poco amor que quedaba, se acabara.
Finalmente Dilas sentenció: - “Aléjate de mí y llévate a tu hija contigo”.
A Thaly le dolió esa frase más que nada, notó la cólera en el “TU”, sintió el rechazo de la paternidad, escuchó los 10 años de matrimonio quebrarse, y paladeo el inicio de la soledad. Sabiendo que no había nada que pudiera decir, insistió en salvar algo de amor paternal para Samantha rogando que algún día ella pudiera perdonar sus errores de mujer, que la dejó sin padre, sin familia.
- “Nos iremos, pero tienes que entender que no es culpa de Samantha, ella es y seguirá siendo siempre tu hija”.
-       “No, ella no es mi hija. Ella… Eso no salió de mí”.
-       “Dilas...”-
Pero él ya se estaba dando vuelta dirigiéndose al estudio, donde dormía desde hace más de seis meses. Trancó la puerta con tanta fuerza que los cuadros y fotografías de la pared temblaron. Una de ellas rodó al pisó sin que Thaly reaccionara a tiempo para evitarlo. El cristal se agrieto en múltiples brazos, distorsionando las caras de felicidad de la pareja de recién casados con una pequeña niña de cachetes regordetes y rosados que se empeñaba en querer agarrar a quien tomaba la foto.

Y así, sin una palabra más, ni un grito más, después de noches enteras, días, meses y años, cesaron las peleas en el pequeño apartamento de la Calle Saint Raph.